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MANUEL RIVAROLA MERNES

  LA TREGUA NO PACTADA - Cuento de MANUEL RIVAROLA MERNES - Año 2001


LA TREGUA NO PACTADA - Cuento de MANUEL RIVAROLA MERNES - Año 2001
LA TREGUA NO PACTADA

 
 

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LA TREGUA NO PACTADA
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(Batalla de Toledo: 22 de Febrero
-11 de Marzo de 1933)
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La aviación boliviana viene bombardeando el fortín Toledo y ametralla sin oposición los camiones con abastecimientos que llegan a él por los senderos boscosos.
 
25 de febrero de 1933. Hace ocho meses que el Paraguay está de nuevo en guerra. Tan sólo pasaron 63 años de precaria paz, dos cortas generaciones, desde que la nación quedó casi aniquilada por la triple alianza. Hoy se las ve con el único vecino con quien no había combatido: Bolivia; vecino pobre como él, mediterráneo, como él, que había sido derrotado y desmembrado, como él; vecino que, paradójicamente, durante aquel trance trágico de su historia le ofreció 12.000 hombres para ayudar en la defensa.
 
Al ejército paraguayo no le restan aeroplanos. La media docena de desartillados "Potez" fueron enviados a Asunción para ser reparados. El puente aéreo al casi copado fortín Nanawa, dos meses antes, terminó por inutilizarlos.
 
Las caravanas de camiones que traen agua, víveres y vituallas a Toledo, para cubrirse del ataque aéreo, no tienen más remedio que internarse, chocando abruptamente los espinosos bosques.
 
El Capitán, comandante de compañía del Regimiento 5 General Díaz, desde su trinchera, observa aquel "Curtiss" boliviano, que ágil, impera los límpidos aires. Hace pasadas rasantes y arriesgadas maniobras antes de soltar su carga letal. El biplaza del Ctan. Arturo Valle y su observador el Tte. José Ardiles es líder indiscutido. Bajo las alas creen ver pintadas tres rayas negras, que dicen corresponder a la cantidad de aviones paraguayos derribados. Los otros nueve de la cuadrilla, menos arrojados, le siguen sin romper la formación de vuelo.
 
Convergen en el ánimo del Capitán paraguayo sentimientos contradictorios: impotencia, ira y admiración hacia el piloto enemigo que les brinda gratuito espectáculo, burlándose de ellos y de sí mismo. Anoche soñó ser un piloto y en su sueño se enfrento al intruso, pero justo cuando lo tenía en la mira y comenzaba a disparar, el golpeteo resulto ser de ollas y jarros para el cocido de la madrugada.
 
Apoya el caño de su ametralladora pesada contra una rama sostenida por dos altas horquillas, apuntando de esa forma hacia el cielo, y espera. Acaricia el aparato de puntería antiaérea fabricado en el Arsenal de Asunción y colocado el día de ayer. "Veremos que tal funciona. Tendré unos 10 grados de movilidad y una fracción de segundo. Debe aparecer por el noroeste hacia las siete, aunque a veces lo hace desde el Sur. Tarde o temprano pasara por encima. Cedes a la tentación de exhibirnos su máquina. Cuestión de paciencia." - pensó.
 
Pero esa mañana se vino directo desde el Norte, como desafiando al destino. El piloto enemigo intuyo ese final que le ofrecía la expiación de una culpa recubierta de triunfalismo, que le negaba paz a su espíritu. ¿Cómo borrar esas imágenes talladas en su retina? Jóvenes vidas, como la suya, segadas impunemente desde lo alto, como si se pisara un hormiguero, sin presenciar agonías, ni escuchar lamentos.
 
Desde la trinchera, el Capitán apunta unos metros delante de la carlinga y comienza a disparar. Se da vuelta y nota que el avión enemigo no vira, como era de esperar. A la distancia divisa claramente un bulto desprendiéndose, mientras el aparato cae sin control.
 
Todo el regimiento corre hacia el avión derribado en el campo de nadie, incluyendo al Comandante de Cuerpo y otros jefes.
 
El barbado piloto yace acribillado en la cabina y el ametralladorista, unos 400 metros más adelante, muerto sin una herida. En el apuro, se había eyectado sin tener el cinturón de seguridad puesto.
 
Los bolivianos, absortos, conmovidos, aunque en apresto para el asalto del día siguiente, no disparan a la multitud enemiga y salen a su vez de sus trincheras buscando una mejor vista. ¡Extraña y espontanea tregua ante la baja de un mortífero ídolo!
 
La noticia luego en minutos a Isla Poí, cuartel del Comandante, y de allí se telegrafió a la Capital.
 
As de la aviación boliviana derribado desde tierra por ametralladoristas», iniciaría un titular de prensa al día siguiente.
 
Una voz al teléfono solicita permiso al Comandante Gral. Estigarribia para enterrar al piloto enemigo según el ritual cristiano y con honores militares "como lo hicieron los bolivianos el año antes en Zaavedra cuando derribaron un avión paraguayo".
 
- Además, el piloto fallecido tuvo un comportamiento honorable. Ha evitado atacar hospitales de campaña y poblaciones civiles a su alcance - enfatizo la voz.
 
Tras rápidas consultas con Asunción, se decide realizar la ceremonia en un cañadón, fuera del Fortín, esa misma tarde. La decisión es comunicada al Comando Boliviano advirtiéndole que no serán molestados si quisieran hacer pasadas de despedida a la hora convenida.
 
El rubio y canoso prusiano, Comandante del ejército boliviano, relee la curiosa misiva y se la pasa a su ayudante, quien luego de leerla, exclama:
 
- ¡Podríamos hacerlos polvo, mi general!
 
El Comandante le mira con gesto de reprobación... y duda, mientras piensa. Luego levanta el teléfono y da algunas órdenes.
 
- ¡Urgente! ¡Que me envíen por avión eso que le mencione, atención especial para los paraguayos!
 
Las tres de la tarde. Dos rústicos féretros son transportados por el Capitán y otros oficiales con sus mejores uniformes. Se los deposita sobre unos caballetes. Unos quinientos de tropa asisten a la ceremonia. El capellán, tras breves palabras, bendice a los difuntos cubiertos por una improvisada bandera de su país. La barba rojiza del Ctan.
Valle ahora resalta más sobre su blanquísimo y clásico semblante, mientras que el lampiño rostro cobrizo del Tte. Ardiles ostenta la impavidez de su raza. Se cierran las tablas. Suena la diana seguida por una descarga de fusilería.
 
Desde el oeste se escucha el rumor ronco de los motores de la escuadrilla boliviana que se acerca. Esta vez son más. Los presentes resisten el habitual impulso de huir bajo los árboles, como lo han venido haciendo. Más de uno levanta levemente la cabeza y mueve nerviosamente los ojos.
 
Pasan rasantes con un ronco zumbido que lo cubre todo... y dan la vuelta. Se dirigen muy bajo hacia el entierro. Se abren las compuertas inferiores. El cielo se cubre con una rutilante polvareda de colores que cae mientras los aviones se pierden hacia occidente.
 
¡Son flores!, silvestres flores del Alto Chaco.
 

MANUEL RIVAROLA MERNES.
 

Fuente:
SIN RENCOR
CUENTOS SOBRE LA GUERRA DEL CHACO
TALLER CUENTO BREVE
Dirección: HUGO RODRÍGUEZ-ALCALÁ
Edición al cuidado de
MANUEL RIVAROLA MERNES y
LUCY MENDONÇA DE SPINZI
Asunción - Paraguay
Octubre 2001. (166 pp.)

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